La Amazonía se encuentra en un momento crítico. A pesar de su abundante biodiversidad, su riqueza cultural y su incalculable valor ambiental, enfrenta serias amenazas que ponen en riesgo su futuro y el de las comunidades que dependen de ella. Los altos índices de pobreza, la desigualdad y los desafíos ambientales comprometen el progreso de sus habitantes y su capacidad para acceder a alimentos seguros y nutritivos.
Este vasto territorio, que abarca Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela, no es solo una fuente de recursos naturales, sino también el hogar de 50 millones de personas y más de 400 pueblos indígenas y diversas comunidades tradicionales.
Las soluciones para los retos de la Amazonía no solo deben llegar desde el exterior, sino que, fundamentalmente, deben nacer del corazón mismo de las comunidades. Son ellas quienes poseen el conocimiento local y la fuerza para proponer acciones hacia un futuro sostenible.
Aquí es donde cobra relevancia el concepto de la bioeconomía amazónica, que plantea aprovechar de forma sostenible e inclusiva los recursos naturales de la región, beneficiando a las poblaciones locales. Aunque es una propuesta prometedora, el camino incluye diversos desafíos. Los riesgos climáticos, la deforestación y las desigualdades agravan las dificultades para establecer un modelo económico que funcione tanto para las personas como para la naturaleza.
No podemos permitir la continuidad de modelos de negocio que sacrifiquen la biodiversidad y los recursos naturales, pues, inevitablemente, estaremos frente a un colapso irreversible. Por ello, es crucial promover mecanismos que permitan generar un desarrollo económico sostenible, mejorando el acceso a alimentos, incrementando ingresos, creando empleo y elevando las condiciones de vida.
El evento de los “Diálogos Amazónicos”, organizado por la FAO y el Gobierno de Brasil hace un año en Belém, abrió la puerta para que múltiples sectores – academia, sociedad civil, sector público, sector privado, pueblos indígenas – discutieran cómo abordar este desafío.
Como resultado, ocho países firmaron la Declaración de Belém, con 113 objetivos para avanzar hacia el desarrollo sostenible de la región. La conclusión fue clara: la bioeconomía puede ser un pilar fundamental, pero requiere un enfoque integral y multisectorial.
La FAO, junto con la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), continúa trabajando para garantizar la seguridad alimentaria y nutricional, reducir la pobreza y fortalecer cadenas de valor sostenibles en la región, a través de acciones orientadas a mejorar la productividad, generar bienes públicos e impulsar la bioeconomía, brindando perspectivas de un futuro mejor.
Por medio de la iniciativa Mano de la Mano, la FAO impulsa un programa de inversiones con tres componentes: fortalecer los bienes públicos y la formulación de políticas; garantizar el acceso a servicios digitales y la conectividad; y desarrollar cadenas de valor sostenibles, especialmente en la gestión de las cuencas hídricas y los recursos pesqueros.
La bioeconomía amazónica no es solo un modelo económico; es una oportunidad para reforzar nuestra relación con la naturaleza, reconociendo a la Amazonía como un patrimonio que debemos proteger y valorar.
Avanzar en este camino requiere un enfoque intersectorial con la participación de comunidades, gobiernos, sector privado y financiero, y la academia.
Debemos mantenernos activos en los foros y espacios de diálogo, como el Foro Mundial de Inversiones 2024, que se celebrará del 15 al 17 de octubre en Roma, Italia, donde los países presentarán sus programas de inversión ante entidades financieras, públicas y privadas, interesadas en apoyar el desarrollo de diferentes cadenas de valor.
Este es un esfuerzo colectivo. Juntos, podemos lograr una transformación inclusiva en el bioma amazónico, protegiendo su biodiversidad y creando sistemas agroalimentarios más eficientes, inclusivos, resilientes y sostenibles, sin dejar a nadie atrás.
*Por Mario Lubetkin, Subdirector General y Representante Regional de FAO para América Latina y el Caribe.*
Fuente: FAO